Cuando expongo mi preocupación por la educación sesgada que ejercemos sobre l@s niñ@s, existe una tendencia bastante generalizada a negar la realidad cultural.
Frecuentemente tengo la sensación de que ante comportamientos marcados en función del género, preferimos achacar la responsabilidad sobre el sexo de nacimiento, las hormonas, el desarrollo fisiológico diferencial entre niños y niñas... antes que tomar esa parte de responsabilidad que nos toca directamente como educador@s.
Y en esta parte es cuando necesito una vez más incidir en la propia noción de educador@. Si nos remitimos de manera estricta a la RAE, propone una noción basada en ciertos prejuicios: "Persona que se dedica profesionalmente a la educación, especialmente de niños y jóvenes." Y digo bien, prejuicios, porque para ejercer de maestr@, es necesario ser educador@... pero un@ educador@ no tiene por qué ser maestr@.
Las primeras personas con las que interactúa un@ niñ@ en su vida, ya ejercen de educador@s desde el mismo preciso instante en el que nace (incluso antes, preparando la llegada). De hecho, si existe una cuestión inherente al propio ser humano, ésta se trata precisamente de aprender de todo aquello que nos rodea, de nuestro entorno, adaptándonos al ambiente... porque ante todo, somos seres sociales, por lo que difícilmente exista una persona que pueda llegar a afirmar que nunca haya caído en las redes de la actuación en función de la deseabilidad social, es decir, que en algún momento de nuestra vida, todas las personas nos hemos comportado conforme lo que se supone que se espera de nosotr@s.
Por eso en ese sentido, desde la idea de que cada persona siempre está aprendiendo, necesariamente hemos de entender que la noción de educador@ se extiende al resto de la cultura, que continuamente está ejerciendo su influjo sobre nuestras actitudes y comportamientos. Sin embargo, también existe otra posibilidad: la del desarrollo del pensamiento crítico ante aquellas cuestiones culturales que suponen discriminación, prejuicio, intolerancia o cualquier otro tipo de daño físico o psicológico sobre un ser humano.
Este espíritu crítico es el que se despertó en mí esta misma mañana ante la lectura de un titular publicado el día 12 de febrero en "El País": Los chavales creen que los niños son más tontos y traviesos que las niñas.
Propongo por tanto, una profunda reflexión después de esta lectura. Una reflexión encaminada hacia la propia autocrítica persona y/o cultural, proponiendo como partida una pregunta fundamental: ¿por qué seguimos dejándonos guiar por una corriente patriarcal, aun siendo conscientes del daño que infligimos tanto a niños como a niñas?
Quede para nuestra reflexión:
"La conclusión apunta a que los pequeños, de alguna manera, adaptan su comportamiento a lo que se espera de ellos."
“Estos estudios sugieren que los estereotipos académicos negativos
referentes a los niños se adquieren en los primeros años de la educación
infantil y tienen como consecuencia su autocumplimiento. También
sugieren que es posible mejorar el rendimiento de los varones y así
cerrar la grieta entre sexos mediante mensajes igualitarios y superando
la idea de hacer clases diferenciadas”.
“El papel femenino a lo largo de la historia de la humanidad”
El papel femenino a lo largo de la historia de la humanidad... no siempre recordado, inusualmente nombrado y no por ello inexistente
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